Acéptalo.
Desde hace unos años el cachopo se ha convertido no solo en un plato, también en una religión.
Sus seguidores son cada vez más, más fuertes y están radicalizados. Además, por algún motivo, piensan que están comiendo un manjar y no un plato que le darías de cenar a Pablito, de 9 años, para que deje de berrear y te permita ver 'Sherlock'.
Los inventores del cachopo piensan que han descubierto América con este plato que, claramente, podría haberse inventado alguien de resaca.
"Oh, la la, estoy comiendo cachopo con cuchillo y tenedor, soy un adulto, hago la declaración de la renta".
En otra parte de España, concretamente en Córdoba, existe algo llamado flamenquín, que quizás te resulte menos familiar porque, al contrario que los asturianos, los cordobeses no están todo el día dando la toña.
¿Y sabes por qué no están dando la brasa todo el día con los flamenquines? Porque no les hace falta.
El flamenquín es una delicia para el paladar: filete de cerdo, enrollado sobre jamón ibérico y tocino, empanado y frito en aceite de olvida virgen extra. Menos es más, amiguitos.
"No tiene queso", dirás, bueno... tú tampoco estás hecho de queso e imaginamos que hay gente que te quiere por otras muchas cualidades.